Nix se levantó esa mañana de peor humor que de costumbre. Esos días estaban desbordados de trabajo, empezó a hablar sola en voz alta, signo del mal humor que tenía.
-¡¡¿Cómo puede haber tanto trabajo si sólo hay cuatro gatos en esta puñetera isla?!! ¡¡Y encima hay que tenerlo todo en orden!! ¡¡Si al final cuando llegan a la General no ahí dios que los encuentre!!-bufó, soltando una especie de rugido digno de un autético león-.
Soltó algunos papeles, que se había llevado para rellenar, sobre la mesa bruscamente, se sacó el pijama rápidamente y se puso lo primero que encontró. Su traje púrpura aterciopelado doblemente abotonado, con botones dorados, de mangas largas con puñetas, más que puños, blancas abotonadas con los mismos botones que el traje, de cuello vuelto que simulaba el aspecto de las puñetas; sumado a que los botones sólo se los abrochaba hasta la altura de la cintura dejando ver unos pantalones con la misma decoración que el traje, unos calcetines blancos que se abrochaban debajo del arco de las botas marrones oscuro, puestos sobre unas mallas rojo bermellón, le daba, extrañamente, un aspecto más amenazador que otra cosa. Su pelo plateado revuelto, sin haber sido domado por un peine y con un peinado que cualquiera hubioese dicho propio de un joven, caía sobre su cara dándole una expresión más misteriosa cuando sonreía levemente, que, por lo general, no era buena señal para nadie más que para ella.